La vida también sabe golpear. La vida también golpea donde
más duele.
De pronto te encuentras hablando por teléfono con alguien y de la plática más sin chiste, la
más equis de la vida, sale a tema el comentario que vino a sacudir tu mundo. Esas
seis, siete, ocho o nueve palabras que te han dejado con las manos frías y la
boca seca.
Esa frase que te pone a pensar en la forma en que estás
haciendo las cosas, en la forma en que te estás vendiendo ideas que ni tú te
crees, pero que aún así te compras. Que te pone a pensar en esos patrones que
has odiado toda tu vida y ahora hasta haces berrinche por repetir.
Es como si te hubieras dado cuenta de que en realidad no te
gusta el café con azúcar, pero así lo has tomado siempre, por el simple hecho
de no levantar la voz cuando te lo sirven y pedir que no le pongan endulzante. Es
como si aún descubriendo que no te gusta el café con azúcar, lo sigues
preparando así.
Y de pronto llega alguien,
te golpea a la cara y te dice que dejes de estar haciéndote pendeja. Que te des
cuenta que no te gusta el azúcar, y que vas a ser más feliz si empiezas a decir
cómo es que en realidad quieres las cosas.
Y así es como la vida golpea en donde más duele. Y así es
como tienes que levantarte de ese golpe, sobarte la cara y seguir adelante.
Y así es como dejas de tomar café con azúcar.