domingo, agosto 17, 2014

Carta #1

Jamás he compartido la idea de la mayoría de la gente en cuanto a que la amistad entre un hombre y una mujer no pueden existir.

Siempre defendí lo contrario, y no sólo lo defendía, lo vivía.

Yo no tuve un simple mejor amigo, tuve un hermano, un cómplice, un confidente, un doctor, un maestro, un aprendiz, un luchador, tuve a esa mitad de mí con quien compartía hasta mis dolores de cabeza. Alguien con quien no pasaba el tiempo, daba lo mismo si eran las dos de la mañana o las dos de la tarde, siempre estábamos ahí. Alguien que con solo una mirada podía devolverme la tranquilidad que tan fácil me es extraviar. Ese que podía escucharme hablar 100 horas seguidas aunque el día solo tenga 24. Con quien podía hablar sin palabras. Alguien de quien la vida me separó físicamente pero nos unió más cada segundo.

Aún recuerdo la primera vez que tuvimos que separarnos físicamente, le lloré hasta el cansancio, lloraba cuando leía sus correos, cuando veía sus fotos, cuando pensaba en él, cuando él pensaba en mí. Lloraba.

Aún recuerdo el reencuentro de esa primera vez que la vida nos separó. Volví a llorar.

Con el tiempo todo se hacía más intenso, más estrecho y más complicado. Me insistían en que esa clase de amistad no puede subsistir, en que al final alguno de los dos podría terminar enamorándose o qué sé yo. Yo seguía defendiéndolo. Pensando que él me defendía.

Fuimos amigos, si es que esa palabra alcanza, aún en contra de las opiniones de mis demás.

Fuimos amigos hasta que él se cansó, se cansó sin decirme, se fue cansando un poco cada día hasta que ya no pudo levantarse y en consecuencia levantarme. Hasta que cayó la última gota y derramó el vaso y salió de su ser todo lo que jamás imaginé que había dentro.

Me he culpado por cansarlo, por cansarme, por cegarme, por creerle, por creernos, por quererlo y por no dejar de quererlo. Por seguir tendiendo esperanzas, por perderlas y por recuperarlas. Me he culpado hasta de habernos conocido.

No he llegado a ningún lado culpándome y mucho menos he aliviado lo que siento.

Pese a todo, te sigo extrañando y queriendo. Alguien me dijo que al contrario debería odiarte y sentir cosas malas hacia ti, pero ni gritándote a la cara todas las groserías que sé, estaría tranquila.

Debo aprender a dejar de culparme y empezar a entender que ya no quieres quererme, que ya no quieres creer en nosotros, en mí. Que tu cansancio es real y que has empezado a andar otros caminos sin mí.

Quisiera hacerte tantas preguntas, quiero saber ¿cómo estás sin mí?, ¿la pasaste mal?, ¿lloraste?, ¿me extrañaste?, ¿me extrañas? Tengo tantas preguntas de las que no quiero saber las respuestas.